jueves, 18 de octubre de 2012

Retrato de una verdadera hija de la Visitación.

Una verdadera hija de la Visitación, dice San Francisco de Sales es un alma que no tiene otro espíritu que el de Jesucristo, que vive en la unión mas intima con Dios, en la más perfecta abnegación de sí misma, en la humildad más profunda, en la paz más constante y en una caridad la más extensa con el prójimo. Es un alma que esta desasida de todo lo terrestre, muerta al mundo y así misma; unida a Jesucristo crucificado, esta enteramente consagrada a su servicio y a su amor; desasida de todo cuidado y de sus pasiones no ocupa su corazón ni su espíritu si no en Dios... Teme brillar, tanto como pecar y teme pecar más que el morir.

Su corazón es el santuario de la virtud, su boca es el interprete de la verdad y toda su conducta la expresión fiel de la vida de Jesucristo; asida y unida a su regla edifica a las otras con su ejemplo, y las alienta con su fervor; modesta en sus acciones y aun con el tono de su voz, igual en humor; suave en la sociedad y prudente en toda su vida, sencilla en toda su conducta y en sus modales; religiosa en todo su porte; humilde sin afectación y grave sin ostentación, seria sin apremio y alegre sin ligereza, complaciente sin debilidad y caritativa sin distinción; devota sin singularidad y fervorosa sin apresuramiento.

En el silencio de la soledad bendice a la Divina Misericordia, que con tanto amor la ha separado del mundo. La oración es el alimento del alma, gime por sus faltas y busca remedios a sus defectos; reflexiona sobre las promesas que ha hecho a Dios, se eleva hasta el cielo para contemplar lo que han hecho por Dios las heroínas de su orden, y a vista de la gloria que corona a los santos se anima a andar sobre sus pisadas. Una verdadera religiosa de la Visitación, corre a la voz de su Dios y sigue todas sus inspiraciones, hace continuamente nuevos sacrificios para corresponder a su amor, y en las delicias de la contemplación gusta de sus dulzuras y santos fervores y las tiernas e intimas comunicaciones del celestial Esposo; se purifica por las sequedades, y en las disposiciones no busca otra cosa que conocer los designios que Dios tiene sobre ella; no desea con ansia ni aspira con ardor si no por el banquete sagrado, adonde Jesús la convida y alimenta de sí mismo.

-Según las enseñanzas de San Francisco de Sales.